Durante años, la Comisión Permanente ha funcionado como el backstage del Congreso en México. Es un espacio de baja visibilidad pero con alto voltaje. No se legisla en forma, pero ayuda a calibrar el poder. Es como la sala de máquinas del sistema parlamentario, donde los coordinadores afinan sus alianzas, los operadores prueban discursos, y los que entienden de política, miden el pulso del país.
Es un congreso en modo sigiloso, que hasta ahora, su mayor virtud era su imprevisibilidad. Hay dos periodos clave. Uno breve y frío del 15 de diciembre al 1 de febrero, en el que la actividad legislativa se congela junto con la política. Y otro largo y cálido del 1 de mayo al 31 de agosto, en el que se permiten sesiones extraordinarias y como en el béisbol durante el verano, algunos equipos salen a presumir fichajes, mientras otros apenas sobreviven al calendario.
El reglamento que cerró el caos
Durante décadas, este periodo funcionó con un documento improvisado en cada periodo que permitía flexibilidad y jugadas inesperadas. Esa falta de rigidez daba cabida a la improvisación, a jugadas explosivas, a las disrupciones que, a veces, cambiaban la narrativa del ciclo.
A partir del 1 de mayo de 2025, eso se acabó. Por primera vez desde 1934, el Congreso tendrá un reglamento formal para la Comisión Permanente. Y aunque se presenta como una mejora técnica, en realidad formaliza el parlamento cerrado.
Esto no es solo una codificación normativa; es el fin del tiempo real legislativo. Como si pasáramos del fútbol callejero a partidos con cronómetro, pausa técnica y VAR. Se asignan los turnos, se elimina el caos y con ello, la oportunidad del momento político.
Esto no quiere decir que la informalidad sea virtuosa. Pero hay algo profundamente estratégico en que las reglas sigan siendo interpretadas con criterio político. Lo no escrito permite margen. Lo pactado de viva voz crea válvulas de escape. Y lo ambiguo puede ser negociado.
Regular el debate no es lo mismo que optimizar un sistema. El Congreso es un espacio que funciona porque produce ficción, no a pesar de ella. Se trata de la frecuencia, el pulso y los latidos que da la política por minuto. Pensar que todo debe fluir sin errores es desconocer que, en política, los errores también actualizan el sistema.
Es cierto: no todos los días la Permanente es una mesa caliente. Es más una rutina técnica, donde se presentan iniciativas que morirán en comisiones o se atienden temas que no tienen la fuerza política para mover el tablero.
Adiós al margen
Uno de los cambios más visibles del nuevo reglamento es la formalización de la bolsa de tiempo. Un segmento garantizado para que cada grupo parlamentario intervenga y coloque sus propuestas en la agenda.
La paradoja es que esto ya sucedía. Lo que cambia es que deja de ser una herramienta política y se convierte en infraestructura formal. Antes, su uso dependía del contexto, del margen táctico de la mayoría o de la presión de una minoría. Se podía negociar, alterar o forzar. Hoy no porque ya está reglamentado.
Es como pasar de apostar en vivo a que congelen el momio antes del segundo cuarto. Cuando el tiempo deja de ser una herramienta de tensión y se convierte en rutina, se pierde la capacidad de leer la coyuntura en tiempo real. Se cierra una grieta por donde a veces entraba la política verdadera.
Todos están en la mesa
Uno de los gestos más democráticos es la incorporación de secretarios de Mesa Directiva para cada fracción parlamentaria. El summer camp del Congreso está reconociendo la pluralidad principio de convivencia institucional. Pero este cambio realmente es táctico en la fluidez del tiempo legislativo. La Mesa Directiva es quien acuerda el desahogo de las sesiones, pero con un conjunto de reglas tan estructuradas, no es lo mismo estar en la mesa que tener el control del menú.
Estos cambios recuerdan a las batallas de Movimiento Ciudadano durante años para ser incluidos en la Comisión Permanente. En su momento, los reclamos legales fueron utilizados como herramientas de presión frente a dirigentes y gobernadores. Incluso esto ocasionó observaciones del INE al Congreso, sumando a las fricciones políticas de la 4T. El sexenio de López Obrador retrata muy bien este conflicto.
El juego de los suplentes
La cirugía más profunda está en las suplencias legislativas. Desde que Morena domina el Congreso, la figura del suplente en la Permanente se convirtió en una ficha táctica. En el viejo régimen, cada partido registraba con precisión quirúrgica a su representante en la Permanente y al suplente, solo en caso de ausencia. Eso les daba certidumbre y estructura, pero también rigidez.
Con el nuevo poder llegaron nuevas prácticas: los coordinadores aprendieron a jugar con los suplentes como con las cartas bajas de un mazo. Así se llenaron asientos con lo que en Inglaterra se conoce como backbenchers, o aquí en México como golpeadores—el más famoso siendo Gerardo Fernández Noroña— que operaban con libertad y sin responsabilidad aparente.
Estos espacios eran funcionales para cubrir la asistencia e incidir en comisiones, dictaminar iniciativas y alterar el tono del debate parlamentario. Eran válvulas de control informal. Y también zonas grises que se usaban para ampliar el músculo sin exponer a los liderazgos.
El problema es que esta flexibilidad operativa causaba un caos administrativo. Los equipos técnicos pasaban semanas tratando de identificar quién sí podía firmar un dictamen, quién tenía voz pero no voto, o quién se había colado por la puerta trasera del receso. Mapear a los 38 suplentes de la Permanente se volvió un infierno cartográfico.
En resumen: el Congreso sacrificó una fuente de caos narrativo para ganar control operativo. Menos migrañas para los técnicos. Menos sorpresas para la mayoría. Y, de paso, una nueva forma de exclusión envuelta la apertura.
Asegurando el futuro
El nuevo reglamento no es el fin del mundo, pero sí el síntoma de la neutralización política. Formaliza las pausas, cancela el margen y regula hasta el silencio. En otras palabras, está blindando su zona de confort.
Puede parecer un ajuste menor, pero no lo es. Tal vez porque se trata de mejorar la técnica, sino de manar una señal de largo alcance. Morena está regulando la dinámica política en el parlamento como si el Congreso fuera a seguir siendo suyo por mucho tiempo más.
Probablemente sí.
O probablemente, no.
O probablemente, no.