¿Votamos o un volado?
Votar por tus jueces el primero de junio es como lanzar una moneda al aire y esperar que caiga rodando
¿Votamos o apostamos?
Imagina que entras a un casino y ves una maquinita con un header enorme que dice Jackpot 10 millones. Las letras chiquitas están en sánscrito neoliberal: el retorno promedio al jugador es del 88%, o sea, por cada 100 dólares apostados, recuperas 88 en promedio. Cada giro cuesta 100 dólares y la probabilidad de llevarte el jackpot es de 1 en 25 millones.
¿Jugarías? Lo pensarías, aunque seguro ya has jugado sin leer el retorno del casino. Tu primer pensamiento sería que el juego no es justo, y tal vez después pensarías que es parte del negocio. Que la casa nunca pierde. Ese sentimiento es tan antiguo como la política misma. Ya hemos hablado de eso en este espacio, de los juegos diseñados para absorberte desde el principio. La elección judicial en México pertenece a esa categoría.
Este fin de semana percibí el dilema en la mente de todos: votar o no votar el primero de junio. Pero realmente, es un problema que está mal planteado. No se trata de participar o no. Lo que hay que ver es que el nuevo sistema se diseñó para crear jueces que su valor de retorno no sea la independencia, sino la popularidad.
También hay una idea general que piensa que podemos filtrar “buenos perfiles” y salvar el sistema desde dentro. Eso es ignorar cómo funciona una elección. También no es tan lejano a lo que está pasando con los mercados internacionales con los anuncios de las tarifas comerciales de Estados Unidos: no importa cuántas personas sigan comprando riesgo, el mercado ya le puso precio a la distorsión.
Eficiencia también es justicia
Mi generación repite que el liberalismo debería ser propaganda para el liberalismo. Esto quiere decir que las buenas experiencias deberían venderse por sí mismas. Pero a veces, como es el caso de este nuevo sistema, la idea de liberar la democracia se está confundiendo con modernizarla.
En otro mundo, es como los equipos de béisbol que invierten miles de millones en modelos predictivos pero no en desarrollo de talento. Optimizan todo, menos las condiciones para ganar. Todo suena muy bien hasta que te enteras que para ganar hay que llegar a los playoffs.
Demasiada política
Uno de los errores más persistentes desde los noventa hasta 2018 fue enamorarse del proceso y olvidarse del resultado. Esta crítica me toca personalmente. Muchas de las entradas de este espacio han defendido el valor del proceso como vehículo racional para alcanzar buenos resultados. Es la lógica detrás de la estrategia, del juego limpio y de anotar el touchdown.
Las grandes reformas de la transición en México se diseñaron para construir legitimidad en cada paso. Pero ese virtuosismo procedimental —aunque no fue del todo inútil— se desconectó del ciudadano. Esa desconexión es lo que permitió que las políticas directas de la Cuarta Transformación tuvieran más tracción social, desde las pensiones hasta el aeropuerto de Zumpango.
El sistema judicial camina por esa misma cuerda floja. La propuesta de elegir jueces por voto popular suena audaz, pero su arquitectura institucional está lejos de sostenerla. Lo que tenemos es un laberinto de distritos judiciales improvisados, que no respeta criterios mínimos de representación ni de proporcionalidad poblacional. Ni siquiera cumple con los estándares básicos que usamos para levantar una encuesta. Mucho menos para sostener que “el pueblo decide.”
El resultado será un Poder Judicial ««más»» desigual, más politizado y con menos margen de autonomía. No porque las intenciones sean malas, sino porque el modelo operativo fue construido para contar la historia del resultado, no para resolver un problema.
El mapa judicial
El próximo 1 de junio se van a elegir autoridades judiciales en más de cien distritos especiales, los cuales –peccata minuta– no coinciden con los distritos electorales.
Por ejemplo, en la Ciudad de México habrá votantes con hasta 10 cargos distintos en su boleta. En Coahuila o Colima, solo uno o dos. Y cada boleta será distinta. No solo por los nombres, sino por las materias, los niveles y las reglas del juego. Cada quién vota con su propia caja negra. Esto es una cartografía de conveniencia.
Pero ¿por qué se hizo así desde el principio? Por la negativa abogañola de aceptar que eficiencia también es justicia. Recordemos que diseñar bien también es un acto democrático. Los americanos dominan esto con el afinamiento de sus distritos electorales para generar mayorías en el congreso. En México lo vamos a usar para colonizar la burocracia judicial. Un votante en Iztapalapa tendrá que elegir entre 15 candidaturas en cuatro especialidades. Uno en Tlaxcala solo entre tres.
Estas decisiones no están basadas en datos ni diagnósticos, sino en una inercia fallida de control y territorialidad. Prueba de ello es la alta participación como candidatos de miembros del sistema judicial actual. Mismo traje, nuevo logo.
Y con eso viene la única grieta que se ha vendido como el diferenciador de la elección: la idea de que la comunicación define los resultados. Es decir, las campañas y el marketing judicial, que está más filtrado por las filias y fobias de los partidos que por las de sus electores. Es como si ahora el tribunal fuera un restaurante nuevo en la Condesa.
Los pilotos nunca te muestran su CV
La idea del voto informado suena muy bien hasta que te toca ponerla en práctica. Los ciudadanos promedio no tenemos cómo evaluar la idoneidad judicial. Leer currículums de aspirantes a jueces es como revisar el historial académico del piloto antes de subirte al avión. Es realmente irrelevante, y puede ser hasta alarmante si te lo piden. El problema no es la calidad de los perfiles. El problema es que tú no deberías estar eligiendo al piloto.
Esto no es una crisis de información, es una crisis de diseño institucional. Abrir la cabina no hace el vuelo más seguro.
Razonables vs. Abogángsters
Muchos argumentan que siempre es mejor participar. Esa fue mi postura en la elección de revocación de mandato que hizo López Obrador en 2022, y al parecer de 16 millones de personas más. A los neodemócratas les gusta decir que votar, incluso en un sistema defectuoso, es preferible a dejar la boleta en blanco. Pero si racionalizamos esta decisión en el 2025, la jugada dominante no es tan obvia como parece.
Pensemos que el juego tiene dos estrategias: votar o abstenerse. Y dos posibles resultados: gana lo que tú crees que es un juez razonable o gana un abogángster con intereses políticos. Ojo aquí: el objetivo no es ganar una elección; es minimizar el daño institucional. Recordemos que somos buenos ciudadanos.
Aquí está la matriz simplificada para un votante racional:
Incluso si tu candidato ideal gana (+1), estás reforzando la idea de que el sistema funciona. Estás ayudando a validar una estructura que ha sido diseñada para capturar, no para impartir justicia. El valor esperado de participar no es cero, es negativo.
Esto es como comprar bonos basura esperando que el emisor se vuelva milagrosamente solvente. O como aferrarse a las posiciones largas en septiembre de 2008, convencido de que Lehman Brothers era too big to fail.
Regresemos a la idea de que hay quienes creen que por alguna grieta se pueden colar buenos jueces. Que tal vez uno o dos perfiles decentes logren llegar y resistir la presión. Y esa creencia tiene algo de noble, pero también mucho de improbable. ¿Por qué? El sistema ya selló sus válvulas de escape eliminando la carrera judicial, rediseñó su tribunal disciplinario y purgó a quienes le incomodaban.
Votar con buena fe no detiene ese proceso. Solo le da valor. Participar bajo estas condiciones es como firmar el acta de captura, con firma y huella digital.
No es una elección. Es un volado
El humanismo mexicano de Sheinbaum necesita probar que puede construir, no solo procesar. Es tal vez una de las tareas más pesadas de este periodo político. En ese sentido, el sistema tiene la oportunidad de redefinir las trampas que ahogaron las ideas políticas que hoy son antónimas de la transformación.
Pero en esta trampa, los que vayan a votar, lo harán por intuición, sin contexto, y esperando que no pase nada malo. O peor aún, lanzarán una moneda al aire y se quedarán esperando a que caiga rodando, y con suerte, se atore.
El 1 de junio no es una fecha para celebrar nuestros derechos, sino para diagnosticar un sistema que ha redefinido el concepto de justicia. Votar o no votar es irrelevante si se entiende la mecánica que está en juego.