El juego sigue, ¿la oposición también?
El mercado se sigue moviendo, aunque la oposición no sepa si sigue en el juego
Cuando hay una elección de ajuste, se reactiva una liturgia que conocemos de memoria. ¿Dónde está la oposición? ¿cuánto vale? ¿a quién representa? Son preguntas hoy se repiten más por rutina que por diagnóstico. Preguntas que sirven para señalar el vacío sin explicar cómo se formó.
El 1 de junio no fue una anomalía. Reveló que la estrategia dominante de los partidos de oposición fue no jugar. Durante todo el proceso, dominó la narrativa en contra del desmantelamiento de las instituciones, pero el problema fue que creían que eso era suficiente para revertirlo.
Sin estructura, perfiles o la más mínima cohesión, el PAN, PRI y MC decidieron que salía más caro competir que retirarse. Una decisión que puede tener cierta lógica de costo-beneficio en el corto plazo. Pero que también implica renunciar a competir por el significado de lo público. En política ceder ese espacio equivale a salirse del juego. Aunque tú no juegues, el juego sigue.
La elección de 2024 dejó ver que la oposición sigue sin capacidad de mostrar pacing, ni de generar preferencias. Incluso en sus mejores escenarios, el PAN se estanca por debajo del 13%. Sin crecimiento ni redistribución, ¿cuántos juegos electorales puede sostener así?
Esa es la wake-up call. No por su volumen de votos, sino por que la inercia es demasiado pasiva para ser llamada estrategia.
Por ello vale la pena hacer zoom in a los estados que sí compitieron por espacios tradicionales este 2025. No por extraordinarios, sino porque eran elecciones donde la oposición tenía razones reales para aparecer. Donde lo que ocurrió no fue abstención, sino redistribución y transferencia.
Esta gráfica del profesor Javier Aparicio que mide participación por casilla en la elección judicial, ayuda a observar cómo en estados con concurrencia local como Durango y Veracruz, la dinámica del voto fue más densa:
Durango. Redistribución silenciosa
A pesar de que Durango no está gobernado por el movimiento, lo que ocurrió ahí trasciende la anécdota. En varias secciones de la capital de Durango, el Partido del Trabajo se desinfló y Movimiento Ciudadano absorbió parte del oxígeno.
Lo interesante no es solo la dirección del traspaso, sino la mecánica. Como mostró el análisis de J.E. Vázquez, el crecimiento de MC fue inversamente proporcional a la caída del PT:
Esto da señales que no existe un intercambio ideológico. Esa es tarea para otro momento. Lo que se vio fue un reacomodo práctico. Cuando hay contextos de alta intensidad política local, los votantes no se casan con doctrinas, sino con señales. Si percibe que un partido está fuera de ritmo, su voto se mueve.
MC supo leer esa oportunidad y capitalizó el desgaste nacional del PT, sacándolo de su zona de la SheinCoin. Aun así, el PRI logró mantener su presencia, Morena perdió el boom que le dio la elección general del 2024, el PAN se mostró estático y MC avanzó.
Pero ojo, ese avance es local, no nacional. Nadie ve a Dante Delgado intercambiando votos con Alberto Anaya.
Aquí lo que se puede interpretar es una redistribución activa entre actores con distinto nivel de lectura territorial.
Veracruz. Racionalidad selectiva
En Veracruz la lógica fue otra. En las municipales, la participación fue casi del 50%. En la judicial, cayó a 21%. No fue apatía. Fue una elección racional sobre qué batalla valía la pena. En un entorno de división y desgaste, el silencio puede ser ruido. Ejemplo de ello es otra vez el conflicto con el Partido del Trabajo.
Eso se conoce en la ciencia política como racionalidad selectiva. No es rechazo al sistema, es omitir participar ante los costos que implica.
Lo que sí se movió en Veracruz fue el mercado. De acuerdo con los análisis más actuales, el PAN creció en 92 municipios, MC en 75, el Verde en 62 y el PRI en 60. Morena, que había dominado el tablero en ciclos anteriores, no logró expandir su control. Aunque retuvo fuerza simbólica en ciudades clave, su crecimiento fue marginal en comparación con el avance de otros.
A esto también hay que agregar los movimientos internos que ha causado el conflicto político local. Desde el despliegue interno en Morena con Rocío Nahle y la adscripción de los Yunes a nivel federal, así como el movimiento del Grupo Parlamentario del PRI en el congreso local en los últimos meses a cargo de Héctor Yunes Landa.
Una de las fracturas más profundas del sistema es que hoy puedes ser oposición y gobierno al mismo tiempo. El PAN y Morena compiten y colaboran en distritos contiguos. Ese es uno de los vacíos más rentables del ecosistema actual. Y nadie, hoy en día se cuestiona cómo fue que Morena se pudo colar en lo local a través de esa práctica.
El costo de no jugar
Abstenerse puede parecer sensato. Si competir cuesta y las probabilidades de ganar son bajas, no participar es una decisión racional. El problema es cuando esa lógica se vuelve hábito. Una fuerza que deja de competir también deja de medirse. Y sin datos, sin campo, sin presión real, cualquier hipótesis de crecimiento es solo wishful thinking.
El escenario nacional se está ajustando rápidamente. Hay incluso quienes apuestan que la oposición del futuro podría salir del mismo ecosistema de Morena. El problema es que esos movimientos serán más difíciles de detectar, porque podrían venir disfrazados de los partidos opositores que hoy solo buscan oxígeno para seguir manteniéndose.
Mientras tanto, los demás están ocupados en definirse a sí mismos. Incluso discuten en voz alta con quién deberían hablar y quién representa a quién. Desde que el sexenio pasado los obligó a salir a competir en cada ciclo para movilizar bases, se replegaron con una prudencia que en la práctica se volvió irrelevancia. Y recordemos que sin fricción no hay señal.
Lo que queda hoy son dirigencias derrotadas atrapadas en contradicciones funcionales. Y aunque eso también aplique a algunas partes del oficialismo, la diferencia es que Morena si está ejecutando un plan hacia el 2027.
Así es como se pierden los ciclos largos. No por un error garrafal, sino por microdecisiones que parecían sensatas y justificadas, pero que terminaron vaciando de contenido la presencia política de una fuerza.
Y cuando volteas, ya es 2027.