Guía para invertir en un candidato
Cómo leer y apostar en el mercado electoral hacia 2027 sin confundir nostalgia con ventaja operativa
La democracia se tiene que financiar. Esa es la idea detrás de la transición y la existencia de partidos de oposición como vehículos para competir. Fue la lógica con la que se construyó el sistema que todavía hace eco en algunos lugares.
Por un tiempo funcionó. Desde que comenzó la alternancia en el 97, los nuevos jugadores crearon un mercado que fue eficiente para captar votos, construir mensajes y reclutar cuadros. Era una versión ligera de la máquina priísta que se mantiene viva en la narrativa, pero no describe la actualidad.
Hoy el juego ha sido afinado por quien lo gobierna para ser más efectivo, mientras que las oposiciones actúan como si el casino aún estuviera abierto para ellos. Pretenden que las reglas no han cambiado y que tienen la misma oportunidad de ganar. Al menos eso hacen creen a una parte de sus seguidores, cuando en realidad juegan con reglas cada vez más limitadas, en un terreno que no controlan, y en ocasiones ni siquiera se presentan a jugar.
Lo importante es que este problema no solo es electoral. Es de estrategia. Los partidos que sobreviven en la oposición se imaginan a sí mismos como emprendimientos con un alto potencial de impacto, cuando en realidad su ventaja está caducada. Y sus inversionistas repiten patrones sin detenerse a preguntar si en realidad vale la pena apostar por ellos.
Invertir en un candidato no es lo mismo que invertir en un partido
Quien invierte en una organización generalmente busca rendimientos diversificados. Acceso a gubernaturas, diputaciones locales, o algunas presidencias municipales clave. La apuesta no está en un solo momio, sino en la posibilidad de incidir mediante un parlay o una supuesta red estratégica que contiene y facilita acceso al poder.
Esta inversión suele ser la más estable por la que se conoce la participación de los grupos de interés. Esa es la asociación que se ha construido durante muchos años en las democracias competitivas y plurales. Se cree que hay menor visibilidad pero un alto potencial de retorno y permanencia. El ejemplo más evidente y que todos van a recordar, es el involucramiento de Claudio X. González en las elecciones de 2024.
En cambio, apostar por un candidato es una jugada narrativa. A veces se trata de acceso, pero también de jugar un edge dentro del sistema o incluso de afianzar una posición ideológica. Movimiento Ciudadano, por ejemplo, ha capitalizado ese tipo de volatilidad con una marca que atrae inversión por afinidad generacional más que por estructura operativa.
En términos prácticos, apostarle a Movimiento Ciudadano sería como darle tu dinero a un fondo que promete sus rendimientos basado en los picks para las finales de la NBA. Irónicamente, el PVEM tiene un mejor historial en ese tipo de apuestas. Cubren el spread y siempre le atinan. Lo de MC es una apuesta a la novedad, pero no necesariamente a la replicabilidad.
Y esa distinción importa porque en todos los casos se espera notoriedad, influencia y retorno.
El problema es los dos modelos de apuestas, organizaciones y candidatos, están atrapadas en la ilusión que comenté al principio de un mercado abierto. En realidad, habitan en un sistema dominado por condiciones asimétricas, que no exclusivamente dependen en este momento de Morena.
Hace poco escuché a Ryan French, creador de Monday Q, decir muchos golfistas del top mundial llegaron por rutas que desaparecerán en 2026. En el contexto del U.S Golf Open que apenas terminó, es muy relevante entender que aunque se vende un sistema de meritocracia, se van cerrando las condiciones que lo hicieron posible.
Lo mismo ocurre en política. Los partidos mexicanos siguen actuando como si hubiera un fairway despejado, sin aceptar que el campo está siendo rediseñado y ajustado en tiempo real. Se fondea como si existiera un acceso legítimo y estructural, cuando lo que queda solo es la ilusión de apertura.
La diferencia de modelos
Vamos a desmenuzar eso. Como lo planteé en mi nota pasada, existe una diferencia entre tener un modelo que explica lo pasado y uno que da ventaja operativa.
El primero es básicamente el que tiene una buena parte de la oposición. Tienen a algunas figuras capaces de explicar por qué el país se descompone, pero no pueden traducir esa narración en operación. Como si saber perder con argumentos fuera equivalente a construir condiciones reales para ganar.
Los modelos que te permiten operar con ventaja son cada vez más raros. Esta opción implica tener una ventaja técnica de explicar y replicar. Un modelo que te permita entender lo que ocurrió y anticipar cómo actuar cuando ocurra de nuevo. Algo que hubiera sido útil en las elecciones de 2021, 2022 y 2023, donde la oposición perdió gubernaturas clave como Coahuila o el Estado de México.
Por eso es importantísimo diferenciar entre los dos modelos y preguntarnos si son capaces de explicar por qué ganan cuando lo hacen.
Un ejemplo claro de esto son las candidaturas de la oposición en 2021. Recordemos que el PAN, PRI y PRD se coaligaron para competir juntos en 219 de los 300 distritos electorales, distribuyendo entre 70 y 77 por cada partido. Juntos ganaron 63. En 2024, la misma fórmula ganó únicamente 39.
Ahí si saben explicar por qué pierden. La culpa es del aparato estatal, el clientelismo y todavía la polarización. Todo eso existe y es real, pero la verdadera señal de un modelo político con ventaja no es eso, sino su capacidad de auditoría interna.
¿Pueden explicar sus éxitos? ¿Saben por qué ganaron Monterrey o Cuajimalpa? ¿O solo fue suerte? Si no se puede replicar no es estrategia.
Superstición política
Durante décadas, la ciencia política explicó los procesos mediante una caja negra. Metes inputs, salen decisiones, y nadie sabe bien qué pasa en medio. Era una forma elegante de aceptar que las democracias son opacas y que la operación política vivía de manejar esa ambigüedad. Esos procesos hicieron a muchos perfiles que todavía viven de glorias pasadas en la actual alineación del Congreso.
Pero hoy esa caja negra es un síntoma de ansiedad. Es un modelo que se sobreajusta sin rendir cuentas y donde los partidos opositores operan con algoritmos sin aprendizaje. Incluso la mercadotecnia política ha servido para validar ese cuento, cambiando el mensaje, el envase y la encuesta, pero no hay un solo input que transforme el output de fondo.
Y si un modelo no aprende, no es estrategia. Es superstición de Excel.
La superstición de los votantes
Después de que el PAN ganó la presidencia, Kenneth Greene, anotó en Why Dominant Parties Lose que el mayor error de la oposición fue seguirse viendo como un vehículo para alcanzar el poder. Una dilema peligroso porque querían construir una nueva democracia sin dejar de comportarse como si la vieja siguiera vigente.1
La conclusión fue que cuando hay ventajas estructurales para cualquier partido dominante, la competencia es una ficción costosa por sus incentivos, su inversión y la participación. Dicho de otra forma: si el sistema es cerrado, las personas no están motivadas para participar. La solución es el acceso y la expectativa de retorno.
Pero en México se ha sofisticado ese dilema. Existe una idea de que hay grupos de interés racionales porque hacen una especie de fondeo de capital de riesgo. Simulan ser venture capitalists repartiendo recursos como si tuvieran una alta tolerancia al riesgo, pero sin medir el edge real. Esto les permite decir que ellos están con el que gana y a todos les ayudan. Vaya filantropía democrática.
La realidad es que este tipo de soporte está lejos de medir el edge real. No hacen due diligence y solo le apuestan al entusiasmo.
Dentro de ese discurso, se dice que hay control ciudadano porque existe el financiamiento público. Se supone que el hecho de que un candidato reciba fondeo gubernamental, debería permitir que se auditen los procesos y se garantice equidad.
Pero lo que en realidad hay es transparencia simulada. Basta con recordar que en 2021 a Félix Salgado le quitaron su candidatura a gobernador de Guerrero por no reportar gastos, aunque que el motivo político era otro. Ejemplos como este, hay cientos.
Lo mismo pasa con los modelos. Si no puedes auditar el proceso, dependes del gurú. Y eso ya no es estrategia. Es creer en personas que lograron ganar en algún momento por otras condiciones.
Narrar el colapso
Esto se conecta con una de las obsesiones de la oposición, que es narrar en tiempo real cómo está colapsando el sistema. Lo hacen bien. Basta con mirar cualquier apartado de agenda política de Ricardo Anaya en el Senado. Pero esa sofisticación, si no va acompañada de una alternativa, solo reafirma el estancamiento. Puedes tener razón mil veces, pero si no puedes volver a ganar, no tienes estrategia, tuviste suerte.
Eso produce burnout institucional. La oposición no solo ha fallado en construir mayorías, también en construir confianza. No solo hacia afuera, sino hacia sus fondeadores. Ahí está la verdadera pérdida de edge: no hay forma de explicar que vale la pena volver a invertir. Esto es grave, porque la nostalgia cuesta. Y en política, cuesta elecciones.
No hay estrategia
Muchos proyectos políticos siguen presentándose como si fueran escalables, cuando lo único que tienen es entusiasmo, encuestas y algo de narrativa. Pero no tienen arquitectura ni tesis de replicabilidad.
Son el MVP de una oposición sin modelo. Por eso invertir en un candidato debería funcionar como cualquier decisión con riesgo, con preguntas duras, validación de procesos y una evaluación clara del terreno.
Invertir en política es un acto de libertad de expresión. Poner tu dinero donde está tu boca. Pero eso no significa que cualquier apuesta ideológica sea inteligente. Hay quien invierte como quien le va a su equipo, por afección. Y hay quien invierte porque está viendo ajustes, procesos y ventaja.
Apostar sin edge no es rentable. Ni política, ni simbólicamente. Invertir en un candidato es, también, decidir si apuestas a la nostalgia o al futuro. Por eso, en los próximos dos años, es muy probable ver señales que muevan el capital hacia la expresión política. Donde se pare la autonomía del dinero, se buscará abrir una linea de apuesta que al menos simule entender esa expresión.
Entonces, te dejo mis preguntas para armar la guía de cómo fondear a un candidato en 2027:
¿Dónde empieza a fluir el capital político antes de que repartan las fichas?
¿Quién está comprando posiciones sin precio de entrada?
¿Quién está diversificando su portafolio narrativo y quién solo está duplicando pérdidas?
¿Están apostando por una estructura, una historia o por un proceso que puede replicarse?
¿Cuántas veces ha ganado más de una vez el candidato en tu distrito?
¿Qué parte del partido político tiene un modelo que resiste cambios estructurales?
¿Y quién sigue simulando estrategia pero es puro entusiasmo?
Una guía sirve para no perderse. Y la oposición está más fácil a confundir un discurso con un modelo.
Eso puede ser todo un tema para otro artículo. Sobre todo por la tensión que existe entre el cambio de modelo para permitir la participación de partidos políticos que comenzó con la apertura al Instituto Federal Electoral y las reglas de competencia.